Sunday, February 13, 2011

Los tres dones del Inca

(…) Pizarro responde [al Inca] con un presente significativo de paz y deseoso de un avenimiento cordial. Le envía una copa de fino cristal de Venecia, unos borceguíes, camisas de Holanda y cuentas de colores. Atahualpa se admira de los regalos, pero ordena matar a los españoles y desollarlos, según su mensaje. Sus cortesanos le disuaden, seguramente espoleados por la curiosidad. El capitán de Caxas le asegura que son muy pocos y que, en un caso dado, él se los entregará atados, porque ha comprobado que le tienen miedo. Y aquí una bella conseja sobre el alma india. El capitán de Atahualpa le pide que no mate a todos los españoles, sino que salve a tres de ellos que le serán muy útiles: el herrero, el barbero “que hacía mozos a los jóvenes” y “a Hernando Sánchez Morillo, que era un gran volteador”. Parece casi la respuesta de una encuesta curiosa: ¿Qué hubieran deseado los incas del Perú si les hubieran dado a escoger, como en un cuento, tres cosas de la civilización occidental? Y en la respuesta se vislumbra un espíritu de utilidad y un afán de belleza. Primero, el hierro, obscura aspiración de una raza que no había vencido aún la etapa del bronce. El hierro para forjar armas como las de los españoles, duras y brillantes, e instrumentos de trabajo para la gran colmena incaica. Pero también un anhelo de vida joven y bella: los indios usaban para arrancarse los pelos de la barba unas tenacillas, de aquellas que el Licenciado Vaca de Castro envió más tarde a su mujer, aunque estaba seguro de que ella “no las habría de menester”. Y la importancia que al arte de la peluquería concedían los incas está de manifiesto no sólo en la división de toda la población del Tahuantinsuyu, según el tocado de la cabeza y el corte de pelo, sino en el gran aprecio que eran tenidos los barberos: Quisquis que quiere decir barbero, fue, a la vez que barbero de Huayna Cápac, uno de sus grandes generales. Y a esta preocupación de toilettes hubiera debido el maestro Francisco López, barbero de Pizarro, el ser uno de los tres únicos españoles que sobreviviera en el caso de un triunfo de Atahualpa sobre las tropas de Pizarro. El tercer asombro indio fue la destreza para usar el lazo y derribar caballos de un obscuro soldado de la conquista. Poco menos que un dios debieron de ver en Hernando Sánchez Morillo quienes miraban a los caballos como seres sobrenaturales. El espíritu defensivo de los indios trabajaba allí subconscientemente. Había que aprender el secreto con el cual se desbarataba a aquellos monstruos a la mitad de su trágica carrera. El herrero, el barbero y el volteador, he allí las tres elecciones del espíritu incaico: trabajo, juego y belleza, como en una síntesis helénica.


R. Porras Una relación inédita de la conquista del Perú: la crónica de Diego de Trujillo, soldado de Pizarro en Cajamarca citado en Historia General de América, Ediciones Ercilla, 1944, Santiago. Reimpreso por Ediciones Rodas, Madrid, 1972, pp. 249-250, tomo I.

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