Tuesday, October 17, 2006

¿O la teoría o la práctica? Mejor la teoría como práctica

Siempre el comienzo es difícil...

En los comienzos de mi andar por la senda antropológica estuve muy dado a discutir sobre temas epistemológicos y de Filosofía pura. Después apareció la teoría arqueológica, centro de interesantes discusiones en las que tuve ocasión de participar, por lo general, defendiendo la condición científica de la arqueología, postura de la que estoy lejos de renunciar. Algo sucedió en forma paralela, cada vez fuí hablando menos de eso y dedicándome más a las cosas terrenales. La fomación arqueológica demanda atención para cosas en las que los grandes cuestionamientos no sólo son prescindibles, sino que, a veces, incompatibles. El silencio teórico se fue apoderando de mi persona al tiempo que me llenaba con cosas históricas o de cerámica. El punto álgido dentro de mi falta de ardor por las abstracciones lo constituyó el pasado taller de teoría, al que por cierto asistí como silencioso oyente (y como encargado de la caja).

Las discusiones teóricas se agotan o se saturan, no hay otra posibilidad. Esa fue, quizás, la mayor enseñanza que me dejó mi profesor de antropología social (actual decano). Y es que mirando "desde fuera" a los cultores de la teoría arqueológica y a sus artículos salta a la vista que tiempo, recursos e ideas se han destinado en gran cantidad para caracterizar nociones tales como “teoría”, “relación teoría-método”, “diferencia teoría-modelo”, etc., en una serie de problematizaciones que también engloban aspectos políticos, históricos e incluso económicos de la disciplina. No es superfluo poner de relieve que algunos de nuestros teóricos intentan acallar las críticas formuladas por ciertos representantes de otras C.C.S.S. que están convencidos aún de que no se necesita mucha cabeza para describir materiales. Por cierto que dichos críticos no sólo ignoran cosas básicas de la arqueología, sino también algunas del sentido común y, por cierto, me tienen indiferente.

El campo teórico es propicio para las vanidades intelectuales y por eso la actitud preferible es la precisión, evitando el arte erística y formulanado las opiniones de modo conciso. Después del silencio prefiero postular una visión guiada por el principio de parsimonia y postulo la existencia empírica de dos componentes cuya integración forma el cuerpo de la arqueología. Las dimensiones paradigmática y metodológica. Miento. Creo que esto no es una ocurrencia genuina o un mero postulado; es una realidad en arqueología. La dimensión paradigmática o heurística es la dimensión en la que se generan los modelos formales que permiten ordenar la información empírica, mientras que la dimensión metodológica es el ámbito dentro del cual se discrimina cuál dato empírico será considerado relevante para la disciplina y cuál no. Lógicamente este discernimiento se hace a la luz de los criterios postulados desde el modelo implementado por el arqueólogo. Lo decimos de otra manera: la dimensión metodológica es el ámbito en el que modelo y dato toman contacto entre sí. Por modelo estamos entendiendo una representación lógica y simplificada de un aspecto de la realidad, destinada a la sistematización del dato empírico. En este sistema bidimensional creo, se explica con sentido realista la práctica actual de la Arqueología.

Hasta aquí todo bien, entonces demos un segundo paso. Hay una corriente “marxista”, otra “estructuralista” y varias otras corrientes de opinión que suelen recibir el apelativo bastante cómodo de “teorías”. El rasgo compartido entre estas corrientes intelectuales consiste en ser entidades que inspiran modelos o entidades de las que dichos modelos se desprenden. Si se analiza la definición de modelo propuesta en el párrafo anterior veremos que lleva implícita las ideas de “formalización”, “especificidad” y “depuración analítica”. Frente a esto, las “corrientes”, cada una en su integridad, nunca poseen estos tres rasgos en forma simultánea y total. Inferencia inmediata: no son modelos. Por otra parte tenemos que si por ejemplo, se agrupan todos los textos clasificables como “marxistas” y se comparan entre sí, se podría llegar a decir que esta corriente posee incoherencias internas o conceptos polisémicos. Las corrientes no constituyen discursos absolutamente congruentes, necesario para caracterizarla como un “sistema” de pensamiento filosófico. Si “teoría” corresponde a “sistema de pensamiento”, entonces difícilmente estas corrientes constituyen teorías. Las corrientes sirven de contexto y estímulo para el diseño de modelos que inspiren, a su vez, el diseño de nuevos modelos. A estos “modelos de modelos”, formales y precisos, denomino paradigmas. Así tenemos, por ejemplo, que el sistemismo constituye una “corriente de opinión” que crea las condiciones y provee de las herramientas necesarias para el diseño de un paradigma como el de Flannery, como de varios otros, entre los cuales podríamos mencionar el de Rappaport o el de Clarke.

Esta manera de ver las cosas, creo, facilita enormemente las cosas y nos libra del bizantinismo contenido en decenas de discusiones “teórico-metodológicas”, las cuáles no sólo suelen ser apasionadas sino también un poco atormentadas. Además nos permite ligar de mejor manera paradigmas y metodologías mediante el concepto de “modelo”, evitando confundir discusiones de un ámbito filosófico o bien político con otras de un ámbito arqueológico. La puesta en movimiento de todos estos elementos en el mundo de la realidad se llama "teoría". Por teoría estamos entendiendo la interrelación dinámica y real entre la dimensión paradigmática y las corrientes de opinión. Las discusiones sobre "la teoría" no la definen al modo de una conclusión a la que se llega después de dialogar, sino que forman la sustancia de la teoría, a modo de práctica social, situación que apunta a la existencia de un punto ciego en las discusiones. Es hora de que la teoría, al menos en arqueología, sea entendida como una práctica y no como discurso(s), como realidad y no como abstracción.

El subterráneo