Friday, April 25, 2008

El marxismo de Frankfurt y el postprocesualismo chileno

"If all knowledge of the past is a product of its own time, it is hard to see how scholars whose work is informed by critical theory are to escape the hidden assumptions that affect other people"
(R. Bradley a propósito de Leone et al., 1987)


Hay quienes dicen que el marxismo es un nuevo tipo de teoría, irreductible a una disciplina específica y que está construida de manera muy diferente a cómo se construyen corrientemente las teorías (Geuss, 1981 en Leone, 1987). Estamos hablando de una nueva teoría antesala de una nueva realidad a construir: el socialismo. Bajo esta lógica el socialismo también sería un orden de cosas que se construye como nunca otro orden de cosas ha sido construido. Creemos fehacientemente que el marxismo no es nueva forma de teoría; es una corriente sociológica como lo son también el interaccionismo o el sistemismo. Cada corriente es singular de por sí. Aunque su análisis esté centrado en las relaciones entre capitalismo y lucha de clase, Marx se posicionó en la Historia, de la misma manera en que Luhmann se posicionó en la sociología. Desde el campo historiográfico el marxismo pasó al de las Ciencias Sociales. Es verdad que utilizó información económica y escribió en un lenguaje cargado de reminiscencias filosóficas, pero su posicionamiento es histórico y su discurso tiene consecuencias políticas. Es posible diferenciar el antecedente del consecuente: historia y política. Que yo sea arqueólogo y eventualmente haya dado inicio desde la arqueología una corriente teórica con propuesta política no significa que yo haya disuelto los límites entre arqueología y política. Siguen siendo cosas distintas.

La última etapa de la vida de Marx respira más bien el aire del positivismo y no el de una forma de conocimiento como la que le hubiese gustado a los pensadores de Frankfurt. Los métodos y técnicas por él usados son los mismos que usaba un historiador o un erudito de la época y se encontraba convencido de que sus conclusiones eran reflejo fiel de la realidad. Si lo juzgamos con los criterios de la epistemología actual, como a cualquier otro investigador, podemos concluir que Marx no “problematizó” las “construcciones”, ni las “representaciones”, ni la distancia existente entre su “objeto” de estudio y su “discurso”.

En consecuencia, la corriente marxista no necesariamente implica una revisión radical de las formas tradicionales de investigación. Marx utilizó esas formas tradicionales y concluyó la solución revolucionaria de la lucha de clases. Lo que sucedió realmente es que los pensadores de la llamada escuela crítica de Frankfurt se dieron cuenta que las cosas del siglo XX no se estaban dando según la predicción marxista. Por ejemplo se percataron que el estado realmente podía jugar un rol de importancia en los conflictos sociales. Pero estos pensadores en lugar de reconocer al marxismo como una postura equivocada lo que hicieron fue usar las mismas categorías de análisis marxista con el propósito de estudiar como se construyó el marxismo y, de ese modo, “problematizar” dicha corriente. En consecuencia, se hace posible llegar a las verdaderas conclusiones que se deberían desprender del trabajo de Marx.

Capta poderosamente nuestra atención que en manos de estos pensadores la obra de Marx se transformó en un verdadero manuscrito de Melquíades. Contiene la verdad última sobre los procesos de la historia, no sólo de Macondo sino de la humanidad completa y que, según ellos, nadie ha sabido descifrar. Nadie, ni siquiera el mismo Marx, mucho menos Stalin. De la misma forma en que cada Iglesia interpreta el Evangelio a su manera, cada uno de estos pensadores pretendió descubrir al verdadero Marx incluso más allá de las afirmaciones textuales que él formuló. No son raras las ocasiones en las que algún conocedor de Althusser o Marcuse nos ilustra en alguna conferencia o clase. Por cierto que causa admiración el manejo teórico que muestran, pero, invariablemente, algunos tramos de la exposición dejan el gusto a un marxismo “mejor que el de Marx” e incluso contrario a algunas de sus apreciaciones específicas. Por cierto también: la mayoría de estos intelectuales alega estar en la verdad y ser fiel al espíritu marxista.

Como toda corriente seria, esta opción tuvo consecuencias más allá del estudio de las obras de Marx. Los pensadores de Frankfurt reconocieron que el problema de la observación no sólo estaba en las ciencias naturales y decidieron usar la filosofía marxista para ver cómo se construían y se validaban los discursos en general. Sean del ámbito que sean. De ahí el enfoque pasó a las Ciencias Sociales, entre las que, lógicamente, se halla la arqueología, y, como era de esperarse, algunos se han manifestado vehementes entusiastas del enfoque. La lectura de sus trabajos y la audición de sus ponencias nos permite apuntar que la versión arqueológica de esta corriente difícilmente ha estudiado algún trabajo ajeno sin encontrarlo ideológicamente contaminado. También observamos que esta arqueología "crítica" tampoco se ha traducido en la formulación de interpretaciones auténticamente nuevas y simultáneamente apoyadas en metodologías realmente revolucionarias. En un lenguaje prosaico diríamos que sirve má bien para encontrar defectos ajenos y no necesariamente para construir algo propio, porque para construir algo propio perfectamente se puede recurrir a un marxismo sin apellido.

Dentro de la arqueología chilena hay quienes parcialmente entran en esta corriente. Forman una gama con tonalidades cromáticas incluso distintas al rojo y en ella encontramos un amplio conjunto de actitudes. En un extremo tenemos la observación paciente. En ese extremo se habla poco y se formulan las críticas de modo adecuado y siempre pertinente. En el otro extremo tenemos quienes escuchan ponencias en congresos o disertaciones en ramos teóricos y buscan con lupa los elementos inconsistentes. Una vez que logran detectar la más mínima falta de crítica saltan del asiento, apuntan con el dedo, "problematizan", "complejizan" y acusan el carácter equívoco o ideológico que había detrás. Luego se sienten satisfechos como si hubieran realizado una gran acción.

No necesariamente resulta difícil encontrar “lo ideológico” en un trabajo porque lo ideológico siempre se encontrará en cualquier manifestación de la cultura. De hecho lo ideológico se confunde con ella: no existe ideología fuera de la cultura como la cultura tampoco existe sin la ideología. Sencillamente no existe discurso ajeno a lo ideológico. Ni siquiera la metaculturalidad, o al menos no en su expresión discursiva, que corresponde a la ideología de lo justo y necesario. Esto significa que sin siquiera considerarnos arqueólogos “críticos” o “postprocesuales” podremos igualmente buscar lo ideológico en un artículo o en una investigación arqueológica porque tenemos la certeza de que lo ideológico siempre estará. La lógica proposicional, un mínimo conocimiento de la historia de la investigación y una gota de perspicacia académica son tres elementos suficientes para diagnosticar lo ideológico o no ideológico de una investigación. Incluso más: se sospecha que esos son los elementos realmente utilizados por los “arqueólogos críticos”, sólo que después ellos adecuan sus conclusiones al marxismo, al método dialéctico, a la deconstrucción, etc.

“No juzgues y no serás juzgado”. Sobre-criticar el trabajo ajeno constituye el riesgo de esta corriente y la enfermedad de algunos de sus aficionados. Esta patología puede presentar dos cuadros y uno de ellos admite una subclasificación en dos variantes. En el primer cuadro el acusador está convencido de hallarse completamente libre de lo ideológico, lo que significa que su visión del mundo estaría dada solamente por información empírica y deducciones irrefutables. Engels podría ilustrar un caso de alguien convencido de ya haber oído la verdad última (científica) sobre el devenir humano. Que esa verdad se impusiera, según él, sólo era cosa de tiempo. Sobra el comentario sobre las visiones que se sienten en la verdad suprema y tachan de ideológico (en el sentido de falso) a todo lo demás.

El segundo cuadro de la patología se da cuando el paciente se reconoce como un sujeto ideológico. Aquí la crítica se transforma en arma de guerra y la postura más argumentada determinará al bando vencedor. La verdad no estará de parte de quien sepa reconocerla, sino de quien tenga la fuerza suficiente para vencer a sus contrincantes. “Yo también soy ideológico, pero lo reconozco mientras que tú te haces el tonto”. La postura del crítico entonces puede hallar fundamentación en dos dominios, de manera alterna o simultánea, y esos dominios son: el compromiso ético o la sofisticación del discurso. En esto consiste las dos variantes del segundo cuadro. En el primer caso tenemos que la vehemencia y el apasionamiento por criticar la ideología ajena pasarán a fundamentarse en la fe infinita depositada en una ética y una justicia supuestamente mejores que la del positivismo, el fisicalismo, el evolucionismo, etc. Entonces los críticos se dedicarán a “problematizar y complejizar” en los términos refinadamente discursivos de siempre, pero lo harán desde una moral que se ve a sí misma como superior. No sólo suelen confundir la arqueología con la política, sino que también con la moralina y la demanda metafísica.

La segunda variante del segundo cuadro corresponde a la sofisticación de discurso ideologizado y en ella tenemos el riesgo de convertir a la arqueología en la ciencia del debate sobre el pasado y no la ciencia sobre el pasado. simultáneamente se disuelven las diferencias de nuestra disciplina con la teoría social e incluso con la filosofía. En este caso el arqueólogo crítico terminará creyendo que sabe todas las respuestas y que tiene una palabra para cada cosa, lo cual es posible, sólo que si mira un poco más allá de la academia se percatará que algunas de esas respuestas podrán estar bastante equivocadas.

La crítica como recurso puede ser algo muy mórbido o tremendamente terapéutico dependiendo de las dosis en las que se administre. Eso debe reconocerse. Una cuota de sentido crítico nunca estará de más en la vida de cualquier sujeto, con mayor razón en la de un científico. Esta cuota no es propiedad de corriente alguna, al igual que el autoritarismo académico tampoco es propiedad del positivismo. Por eso es que nunca ha sido nuestra intención colocar nuestra propia corriente por encima de las demás, ni mucho menos sobre la base de criterios morales. La crítica y el juicio moral suelen ser medios que inconcientemente nos hacen sentir superiores al resto. Pero nuestro pensamiento será superado como lo fue cualquier otro antes y no somos inmunes a nuestra propia ideología o a nuestros propios defectos como investigadores. Por eso el juicio debe ser evitado y la crítica mesurada. Weber decía que los hechos “incómodos” los hay para toda corriente, incluso para la suya propia y que acostumbrarse a la existencia de los hechos incómodos es un imperativo ético. Si nuestro propósito es unir la ética a la crítica y la propuesta a la disciplina quizás el camino mostrado por estudiosos como Weber sea el más adecuado y el menos ostentoso. Quizás un referente íntegro para el verdadero sentido crítico en la corriente postprocesual de nuestro país.

Thursday, April 24, 2008

La clase de ciencia

La educación chilena suele pasar por fiebres periódicas que son resultado de sus profundos problemas estructurales. Hay algunos procesos que, más allá de la eterna batalla presupuestaria, sirven para pintar de manera integrada y colorida algunos aspectos de dichas dificultades. Según me informaba hace algún tiempo, Chile demanda el egreso anual de más de 400 profesores de ciencia para satisfacer de modo adecuado la demanda generada por el proceso de reforma educacional en circunstancias que no se titulan más de 200 cada año. Paradójicamente llama la atención que en Chile se valoren altamente profesiones como la ingeniería o la medicina, y al mismo tiempo exista una baja demanda por carreras centradas en la ciencia pura o en su enseñanza escolar.

Existen tres factores sinérgicos que explican esta situación. Me ha tocado visualizarlos no sólo en congresos y conversaciones con estudiantes de pedagogía, sino también en mi propia formación escolar. El primero de ellos tiene que ver con uno de los rasgos históricos de la educación chilena: su carácter conceptual y abstraído. Suele ser, incluso, un lugar común entre los educadores destacar el carácter excesivamente “cabezón” de nuestro sistema educativo, que, claramente, fue concientizado cuando se comenzó a delinear la reforma educacional de los gobiernos concertacionistas. La influencia de la epistemología racionalista se hizo sentir cuando se instauró el paradigma francés de la enseñanza en nuestro país, por allá en el siglo XIX. La educación normalista no sólo llenó el vacío dejado por el abandono del modelo lancasteriano asociado al empirismo y a la corriente o´higginista, sino que además se adaptó a los requerimientos sociales de la aristocracia y la república autoritaria. ¿Había una visión de la ciencia influida por el cartesianismo y la Ilustración? Duda no quepa y el resultado en Chile fue una transmisión escolar de la ciencia tremendamente conceptual y discursivamente muy formalizada. La ciencia del positivismo no pareciera haber tenido mayores dificultades para amoldarse a este marco. En los colegios católicos, por su parte, la filosofía de Newton no sólo se amoldó a la educación conceptual sino también ofreció la posibilidad de desarrollar un informe coherente acerca las relaciones entre ciencia y religión.

El segundo factor deriva parcialmente del anterior y resulta muy acorde a ciertos espíritus conceptuales y abstraídos: la enseñanza escolar de la ciencia no ha estado exenta de episodios de prepotencia intelectual dentro del aula, así como también de un cierto sentimiento de superioridad con respecto a otras formas de ejercicio intelectivo, como lo son el arte, las humanidades o la teología. Los pedagogos que han padecido esta endemia pueden incluso ser numéricamente minoritarios, pero la pestilencia ha resultado demasiado fuerte. El proceso de diferenciación escolar entre los áreas “humanista” y “científica” suele ser paradigmáticamente la instancia en que se expresa este segundo factor. La prepotencia intelectual en la enseñanza de la ciencia es el mejor estímulo para que en medios universitarios los intelectuales de formación humanística opten por perspectivas “nihilistas” o “posmodernistas” ubicadas en las antípodas del método científico. Desde esas coordenadas ellos multiplican las equivocaciones, esparcen los errores y desorientan a parte del estudiantado universitario, que en muchas ocasiones muestra un sincero deseo de abordar los temas epistemológicos sustanciales.

El acoplamiento de los dos factores expuestos determina la presencia de un tercer factor que trasciende los límites del aula y se filtra por los poros de nuestra cultura popular: el temor absurdo a la ciencia; el considerar que ella sólo es genios o personas con mucha educación. La suma de los tres factores constituye un círculo vicioso arraigado en nuestro país que la reforma educacional difícilmente romperá en los próximos años. En un país donde la gente juega ajedrez en forma cotidiana y trivial es mucho más probable que surjan un Kasparov o un Karpov que en un país en donde el deporte ciencia sólo se considera para iluminados o personas excepcionales.

La eficiencia de una nueva estructura educativa es posible cuando el sujeto traduce en las acciones un verdadero cambio en la percepción de la realidad, más allá de la adopción por decreto del constructivismo. Por eso no le tengas miedo a la ciencia, tampoco al émpirismo. La ciencia al igual que las telenovelas es para quien le interese y no sólo para los genios. Destierra la prepotencia intelectual de tu clase, muestra los conceptos en la experiencia y no sólo en el pizarrón. Demuestra también que la ciencia puede ser rigurosa y al mismo tiempo increíblemente entretenida. No estaría de más que fueras exageradamente feliz.

Thursday, April 10, 2008

El sujeto y la evolución metacultural

Se nos ha señalado el traslucir experiencias personales en nuestros ensayos y artículos. Eso es inevitable, ningún autor puede decir que no se refleje en lo que escribe. Del mismo modo en que no se puede negar el trasfondo ideológico de los trabajos con base empírica, tampoco se pueden desconocer las implicancias sicológicas de la literatura de ideas. Ellas también podrían ser objeto de indagación, algo que se ha realizado en la novela o en la dramaturgia.

La experiencia personal unida al esfuerzo por aguzar la vista son las verdaderas condiciones para llegar a identificar la metaculturalidad y su avance mundial. El sujeto metacultural no es Gladis Marín y tampoco es Jaime Guzmán. Ambos personajes son aún ideológicos y por eso es que se besan en Estación Central. Metacultural se define por lo que busca: él es lo que le conviene, lo que le da placer y lo que le asegura el bienestar. Los tenemos de todos los géneros y tallas. La calidad y duración también varía. Los puede haber “según las reglas” o “según el estómago”. Metaculturales según las reglas los hay como Gene Simmons y metaculturales según el estómago pueden cómodamente ser encontrados entre delincuentes de cuello y corbata.

En general la metaculturalidad implica una des-ideologización generalizada, pero el normado o "según las reglas" asume el mínimo de ideología que le permita desarrollarse plenamente como metacultural: la ideología de lo justo y necesario. Esta se traduce en: respeto por las libertades individuales y renuncia a la discriminación por género, raza, religión, etc. Incluso lo podemos encontrar entre los activistas pro-derechos humanos o pro-medioambiente. Su filosofía de vida apunta a la conveniencia, pero es una conveniencia a corto, mediano y largo plazo. También tiene la plena conciencia que la conveniencia grupal puede condicionar fuertemente su conveniencia personal. La regla le importa y la promueve; en ese caso tenemos que para él las relaciones son instrumentales y éticas al mismo tiempo. También puede darse que la regla en sí no le importa, pero tampoco la viola y en ese caso las relaciones son sólo instrumentales.

Si el diagnóstico de Marx sobre el capitalismo decimonónico hubiese sido acertado las predicciones se hubiesen cumplido y hoy en día los marxistas ocuparían el lugar de los metaculturales normados y no los liberales de RN o del PPD. Pero la historia se dio como ya sabemos y la conveniencia colectiva como marco de la individual no es una ley de la historia a cumplirse en el socialismo, sino una proposición que también se afirma en lo ideológico.

El metacultural visceral o "según el estómago" dice respetar lo mismo que el anterior, pero si nadie lo está mirando tengamos por seguro que no dudará echarse al bolsillo algunos billetes que, “según las reglas”, no le corresponden. La norma no le importa y además la trasgrede. A veces no mira mucho más allá de su nariz, razón por la cual suele pasar del estadio a la comisaría, pero en otras ocasiones tendrá muy claro el escenario en el que se está moviendo, razón por la cual no sería raro que lo vieras pasar de una gerencia a la otra.

Tanto los metaculturales normados como los viscerales tienen lo que les conviene, lo que les da placer y lo que les asegura el bienestar. Las diferencias radicarán en cuál de los tres elementos tendrá más énfasis en su vida y en cómo los enfrentará. Mientras haya viscerales el normado promoverá la ideología de lo justo y necesario. El visceral tendrá un pie en las normas y el otro en sus impulsos, aunque en algunos casos pretenderá prescindir completamente de la ideología, pero será difícil porque en algún momento necesitará comunicarse con alguien y al haber comunicación habrá también cultura. No existe ideología fuera de los márgenes de la cultura, del mismo modo en que tampoco existe cultura fuera de los márgenes de la ideología. Al haber cultura, habrá también ideología.

La cultura es la pauta, la ideología, su fundamento. “Trata bien a las personas” ¿por qué? “Porque todas merecen respeto”. La primera proposición es la pauta, la segunda, el fundamento. Cuando, a ratos, el metacultural visceral se encuentre con la cultura, podremos sentir destellos de la ideología de lo justo y necesario; pero el visceral no la siente como parte de su persona o de sus principios. De hecho él no tiene muchos principios o sencillamente no los tiene. La comunicación en su caso es claramente una herramienta antes que una necesidad.

La humanidad podría evolucionar hacia el metacultural normado eliminando o bien normando a los viscerales. Se congelaría la evolución social y las relaciones sociales no variarían. El normado, entonces, respetará las reglas y se moverá dentro de ellas a tal punto que ellas en sí mismas ya no le importarán. Ante la ausencia de viscerales la importancia de promover las normas disminuirá. Ya no habría viscerales a los que combatir, por ende la norma dejaría de ser ideal e instrumento al mismo tiempo para pasar a ser sólo instrumento. Amnistía ya no tendría razón de existir.

Después las comodidades tecnologizadas disminuirán paralelamente la necesidad psicológica de la comunicación. Las normas irán disminuyendo en número y aumentará lo sensorial. Esto significa que la evolución hacia el metacultural normado sería la antesala del predominio del visceral como sujeto histórico, pero ya casi no habrán normas para transgredir. La necesidad corrpórea alcanzará tal armonía con la norma que terminará reemplazándola. El visceral satisfacerá todas sus necesidades en solitario. De hecho evolucionará hasta encontrarse físicamente solo y no necesitará de pautas de convivencia con otros seres humanos, ya no habrá prójimo a quien lastimar y la cultura va a desaparecer.

Friday, April 04, 2008

El obispo Pafnucio habla en el Concilio de Nicea


Pafnucio era obispo de una ciudad de la alta Tebaida. Tenía tan admirable piedad que realizaba milagros. Le habían sacado un ojo durante la persecución. El emperador lo veneraba tanto que le invitaba frecuentemente a palacio y le besaba la cuenca del ojo que le habían arrancado (…)

Los obispos pensaron en hacer una nueva ley por la que se ordenara a los obispos, sacerdotes y diáconos separarse de las mujeres con las que se habían casado cuando eran solamente laicos. Cuando le pidieron su opinión, Pafnucio se levantó en medio de los demás obispos y elevando la voz dijo que no había que imponer un yugo tan pesado a los clérigos ni a los sacerdotes; que el matrimonio es honorable y que el lecho nupcial es sin tacha; que una excesiva severidad podría hacer daño a la Iglesia, pues no todo el mundo es capaz de una continencia tan perfecta y que quizás las esposas no podrían guardar la castidad.

El llamaba castidad al uso del matrimonio contraído según las leyes. Bastaba con que los que habían sido admitidos en el clero no se casasen después, según la antigua tradición de la Iglesia, sin obligar a los que se habían casado siendo laicos a abandonar a sus mujeres. Pafnucio sostuvo esta opinión, a pesar de que no solamente él no había estado nunca casado, sino que nunca había tenido conocimiento de mujer alguna, ya que fue educado desde su infancia en un monasterio, donde se hizo de admirar por su singular castidad.

Todos los obispos se atuvieron a su parecer y, sin deliberar más, dejaron que optaran libremente los que ya estaban casados.


(Sócrates, Historia eclesiástica, I, 11 citado en Comby 2003, p. 98)