Wednesday, July 30, 2008

Todos contra el cambio sustancial

Clastres, al igual que Hernando o Ingold, no está siquiera cerca de ser un autor de mi agrado, pero la perspicacia con que realizó algunas de sus apreciaciones son del suficiente alcance como para obligarme, por ejemplo, a modificar mi propio concepto de complejización social, que, como toda mi perspectiva de la arqueología, está inspirada en la antropología material-funcionalista.

Aquel nos hablaba de las sociedades contra el estado. Difícilmente puede una sociedad organizarse conscientemente en contra de algo que ni siquiera conoce, razón por la cual preferiremos omitir la idea de una sociedad “contra el estado” si es que realmente nos interesa una perspectiva que rescate la concepción de los sujetos en juego. Lo que realmente existe es la sociedad contra el cambio cultural. Una hipótesis sencilla planteada sobre los supuestos implícitos de Clastres nos plantearía que mientras más atávica es una cultura y más simple su organización política menos aceptación tendrá entre sus miembros cualquier asomo de cambio cultural. Vale decir: mientras más simple la sociedad, mayor temor sienten los sujetos frente al cambio y mayor es el conservadurismo. La mantención del statu quo dependerá de la relación entre mecanismos y estructuras, y en toda sociedad, no sólo en las etnográficas, es posible apreciar tres herramientas complementarias tanto con la ideología dominante como con los dispositivos represivos: la agresión, la crítica y la burla.

La realidad es ésta: todas las sociedades temen al cambio cultural y en todas ellas la agresión, la crítica y la burla sirven como mecanismos de freno frente al avance de estructuras ideológicas ajenas o nuevas. La deconstrucción sofisticada y relamida de un Derrida resulta igual de paralizante que las burlas hechas a quien ose caminar desnudo por la calle, o que una golpiza propinada por agentes del estado. En una dimensión netamente discursiva la crítica y la burla son los cabos de una misma cuerda que impide el paso hacia concepciones genuinamente nuevas sobre lo que sea. El origen de esta cuerda está en la polémica. Bien digo: la polémica, pero la polémica como era entendida en sus comienzos griegos. O sea como yuxtaposición de distintas visiones acerca de un mismo fenómeno. La ideología siempre será anteojo e independiente de las racionales intenciones de un Sócrates, la polémica inevitablemente sacará chispas entre los observadores apenas las observaciones yuxtapuestas afecten relaciones sociales normalmente aceptadas. Las chispas pueden ser de tres tipos: agresión física, crítica o burla.

En toda sociedad, del nivel de complejidad que sea, es mucho mayor el número de sujetos que intenta adaptarse y reproducirse dentro de lo aceptado como lo normal que el número de interesados en plantear una visión genuinamente nueva de lo que sea. Por un simple razonamiento estadístico tenemos entonces que la mayor parte de las chispas generadas dentro de una sociedad va contra las ideologías revolucionarias que contra las conservadoras. Esto significa que la crítica y la burla constituyen en la mayoría de los casos dispositivos de freno ante el cambio discursivo. Duda no quepa que sirven también como herramientas de resistencia y cambio, pero en una cantidad de casos lo suficientemente baja y llamativa como para no pasar desapercibida y estar en boca de los transeúntes. De ahí que éstos consideren a la deconstrucción como un instrumento esencialmente constituido contra el poder y el statu quo, cuando en realidad su naturaleza es exactamente contraria a eso.

Sabemos que la observación se sigue del juicio social y éste, cuando se expresa en términos desaprobatorios puede ser burla o crítica. Estas condicionan nuevas observaciones dentro de una relación sinérgica que en el mundo científico social llamamos “panóptico”. Los sujetos pertenecientes a cualquier sociedad, moderna o no, temen a esa relación sinérgica y el panóptico es estructurante de mecanismos conservadores al interior de toda sociedad simple. Uno de esos mecanismos puede ser la institucionalización de la ideología, la que al ser conservadora resulta acorde a los paradigmas socioeconómicos del contexto que las genera, así por ejemplo la ideología de lo justo y necesario es acorde a la economía de mercado. Cuando tenemos la integración sistémica entre ideología y mecanismos sociales el resultado son organizaciones institucionalizadas y cuando en una sociedad simple estas organizaciones se integran entre sí, estamos preparados para hablar del surgimiento estado. En realidad el estado surge como mecanismo de estabilización de los paradigmas culturales previos frente a las variaciones demográficas y económicas, del mismo modo en que las nuevas religiones surgen como revitalización y adaptación de las antiguas religiones frente a la contingencia histórica de la sociedad. En consecuencia el estado no es un mecanismo revolucionario sino uno de conservación. Como conlleva el cambio cultural resulta ser precisamente la mayor paradoja del desarrollo de las sociedades contra el cambio cultural.

Una reflexión profunda nos haría afirmar que todas las sociedades son sociedades contra el cambio cultural. En el caso de la sociedad compleja no existe transformación de las estructuras ideológicas, sencillamente son reemplazadas por nuevas estructuras ideológicas. Una estructura ideológica al estar institucionalizada permite sólo un número limitado de cambios internos que la hacen compatible con el entorno social. Por ejemplo una religión se reforma para ser fiel a sus “orígenes”. Lo que significa una doble adaptación: a la propia estructura ideológica y al entorno social. En lenguaje prosaico decimos que la ideología cambia un poco para no cambiar nada y cuando la ideología reformada es incompatible con la estructura ideológica original se da origen a una nueva ideología. Por otra parte, cuando la ideología es incompatible con la sociedad que la cobija viene el reemplazo ideológico. Entonces la aparición de las chispas se hace inevitable.

La reforma a la ideología, el reemplazo ideológico y las chispas en realidad son procesos adaptativos de la cultura frente al entorno social, económico y ecológico. La estructura ideológica, que consiste en el sintagma o conjunto de proposiciones irreductibles de una ideología, no sólo permite, sino también promueve los cambios que le resultan provechosos para su adaptación. Lo hace mediante las organizaciones e instituciones que la sustentan. Pero los militantes no toleran cambios que modifiquen a la estructura ideológica en sí misma. Mientras más tenaz sea la resistencia a modificar la estructura ideológica mayor será el número de cambios adaptativos que los sujetos deben realizar con el (in) consciente propósito de preservarla. Por eso es que mientras más complejo sea el entorno social, mayor será la sencillez de las estructuras ideológicas que logren adaptarse.

En cierta medida la metaculturalidad corresponde a una atmósfera donde todo es contingente y esos cambios son en última instancia amortiguados por lo único que no debe cambiar: la ideología de lo justo y necesario. Las chispas del metacultural van dirigidas hacia aquellas entidades sociales o bien paradigmas culturales que implican atentar o abandonar de la ideología de lo justo y necesario. Ahí tienen The Clinic para verificarlo. Mientras más inmutable es una estructura ideológica, la burla y la crítica bajo las cuales subyace serán planteadas con mayor fuerza y visibilidad por parte de sus militantes.

Por su parte, y en cierta medida, la caza-recolección se integra a ecosistemas donde todo es contingente y esos cambios son en última instancia permitidos por lo único que no debe cambiar: la ideología grupal. Las chispas del cazador-recolector van dirigidas hacia aquellas entidades sociales o bien paradigmas culturales que implican atentar o abandonar la ideología grupal. Mientras más inmutable es una estructura ideológica, las chispas bajo las cuales subyace serán planteadas con mayor fuerza y visibilidad por parte de sus militantes. La humanidad ha sido la misma desde que apareció la cultura y lo seguirá siendo hasta día que la cultura desaparezca. Todas las sociedades se han organizado contra el cambio sustancial.