Saturday, November 25, 2006

El paradigma del pantocrátor












En esto consiste: el estado y Dios son masculinos. El estado se identifica con Dios a niveles discursivo, ideológico y también inconciente. A Dios se le imagina como autócrata e icongráficamente se le representa como gobernante masculino. Las raíces del paradigma del pantocrátor están en el bajo imperio romano, que corresponde al último tramo de la antigüedad que va desde Diocleciano hasta la deposición de Rómulo Augústulo (476 DC).

El paradigma del pantocrátor se relaciona estrechamente con el estado de cristiandad que consiste en la superposición de tres rasgos al interior de una sociedad: el cristianismo, en su versión protestante o católica, es ideológicamente preponderante o hegemónico, esta asociado al poder político y mantiene impregnadas las pautas culturales. Para que una sociedad constituya un estado de cristiandad debe poseer por lo menos dos de esos tres rasgos.

Como el paradigma del pantocrátor coincide con el estado de cristiandad, la cultura popular (y no tan popular) considera literamente al estado como el padre y a la Iglesia como la madre. No es una teocracia en un sentido estricto dado que no son los religiosos necesariamente los que gobiernan, tampoco es un estado secularizado por razones lógicas. Podríamos decir que es un estado-Iglesia en el sentido que Trigger le dio al concepto a partir de L. White.

La idea de un paradigma pantocrático se relaciona estrechamente con la organización patriarcal de la sociedad. En la sociedad chilena no es difícil encontrar familias en donde la madre-esposa reza el rosario, va a la Iglesia, es buena y el marido-papá igual pretende hacer lo que quiere con ella. Es increíble, pero en Chile existen personas de ambos géneros a las que les gusta el tono golpeado o que disfrutan contemplando a los jefes que de lejos se nota que son jefes. La asociación entre esto y el paradigma pantocrático se puede rastrear fácilmente en la derecha social y política de nuestro país.

En alguna manera fue el emperador Teodosio I (379-395) quien definió la pauta que organizaría las cosas en los siguientes 1500 años: transformó al cristianismo en religión oficial y excluyente, y basó su poder efectivo en una alianza entre el poder imperial y la aristocracia convertida al cristianismo. La alianza entre poder político y oligarquia cristiana está lejos de desaparecer en nuestras sociedades latinoamericanas y sincréticas. Esto no tiene por qué significar que el cristianismo sea necesariamente un elemento de dominación o una alternativa religiosa inválida o lisa y llanamente una cosa mala. Precisamente reconocer la existencia del paradigma pantocrático es condición necesaria para que el cristianismo se manifieste como una auténtica experiencia redentora o de liberación.

Estamos repletos de elementos medievales e incluso pre-medievales, buenos y malos, con los que se convive y nuestros estudiosos antropológicos parecieran prestar atención sólo a lo que ellos mismos definieron como "alteridad" o "sincretismo", negando muchas veces cualquier tipo de transplante Europa-América por considerarlo etnocéntrico, incluso en forma involuntaria. Hasta ahora se ha planteado la necesidad de una antropología como crítica cultural. Hay estudiosos que confunden esto con deconstruir y nada más que deconstruir. En un ambiente intelectual realmente sano se debe entender la crítica como la más elaborada forma de discernimiento entre lo bueno y lo malo de una realidad. La crítica cuando va acompañada de propuesta siempre será una crítica más integra que la mera deconstrucción. Una antropología explícitamente histórica podrá proveernos de las herramientas no sólo para lograr una imagen más ajustada de nuestra tradición cultural, sino incluso adoptar un rol terapéutico frente a la memoria histórica que, bajo la forma del paradigma cultural, no se halla a nuestras espaldas sino enfrente, modelando el camino por donde la sociedad transita.