Sunday, October 12, 2008

Hoy es 12 de octubre

La historia no es un acróstico, una celestina, ni mucho menos una charca inmóvil. Si por ella transitamos es porque de ella fluyen magníficas enseñanzas, porque nos enseña a medir el presente y el futuro, frase que por lo novedosa requiere, desde ya, la orgullosa y envidiable rúbrica de M. de la Palisse.

El párrafo anterior, forzoso preámbulo de toda composición bienquista, tiene por objeto preparar el ánimo del lector para decirle algo tremendo, tremendo porque es lógico. En ello nada hay de extraordinario, lo que duplica el pasmo que produce.

Se ha dicho hasta la saciedad, y lo han repetido individuos tenidos por responsables y enterados, que los indios pobladores de nuestro continente, antes de la llegada española, fueron razas inferiores, entre otras causas porque los barrió sin obstáculos el vendaval de un puñado de invasores. Para esos cortesanos del éxito, una de las más palmarias pruebas de la cultura de un pueblo reside en sus victorias militares, con lo que borran de una plumada el mismo argumento que los alienta y del que vamos a ocuparnos a renglón seguido.

Los que así piensan, figuran, casi siempre, entre los latinistas, o sea, entre aquellos que sostienen la prevalencia y gloria de la raza latina y de la cultura clásica romana sobre nuestros mestizos y "negroides" o también sobre nuestros indios. Pues, aplicando su argumento, que para ser lógico y honesto debe funcionar en todo caso análogo, se daría el caso de que los romanos, los rectores latinos del mundo antiguo, cayeron ante el alud bárbaro porque éste era culturalmente superior.

Algo así creyeron los feudales, pero el Renacimiento los desmintió. Y como el Renacimiento es, si no nuestro padre, sin duda la aspiración de muchos civilizados de aquende el mar, de ello se infiere que, una de dos: o la Edad Media fue una noche de barbarie sobre el mundo europeo -con mengua de la cristiandad entonces arrogante-, o un pueblo puede ser materialmente avasalado por otro que, espiritualmente, le es inferior.

Traigamos los hechos a tiempos más actuales, a los que estamos viviendo.

Francia, según los mismos latinizantes que desdeñan al autóctono indoamericano, es uno de los países más cultos de la tierra: y lo es, por cierto, aunque le duela a Pétain. Y no sólo un pueblo culto, sino, además, un país guerrero, con fama de contar con los mayores capitanes y los más excelentes soldados del mundo europeo.

Pues Francia, con todo su belicismo y toda su cultura, cayó barrida en menos de treinta días por una nación a la que se moteja de bárbara y esclavizada. ¿Prueba ello la inferioridad congénita francesa? De ninguna manera. Pero si no lo prueba, tampoco demuestra la derrota indígena prehispánica que nuestros ancestros de piel cobriza fueron, por tal razón, inferiores mentales y espirituales a los conquistadores hispanos (no ibéricos, pues esto es harina de otro costal).

Cotejemos situaciones para vergüenza de nuestros latinizantes y remordimiento de nuestros indiófobos:

En 1532, un 29 de agosto como hoy, regía en el Perú un emperador llamado Atahualpa, representante de una raza espuria que había avasallado a Huáscar, el legítimo Inca. Este se hallaba prisionero de su hermano paterno, el vencedor. Desde luego, la sociedad incaica se dividía entre simpatizantes de uno y otro. El estado vivía socavado por estos litigios. No había paz interna, pese a la victoria de Atahualpa. Y menos aún cuando se anunció el desembarco -cumpliéndose un vaticinio del Inca Hayna Cápac, padre de ambos- de ciertos individuos montados en extraños seres -o formando parte de ellos- y usando armas que más que instrumentos humanos parecían elementos de la naturaleza. (Con la palabra íllapa, que quiere decir trueno, se significó también el disparo de arcabuz.)

¿Qué hizo Pizarro, el conquistador? Lo mismo que Hitler. Teniéndo un pequeño número de soldados, dominó a un gran ejército, porque contaba con incontrastable superioridad técnica. El pasmo que los tanques de 70 toneladas causaron entre los franceses equivale al que los caballos produjeron entre los primitivos peruanos. El exterminio provocado por los aviones se asemeja al que motivaron los arcabuses y culebrinas. La línea Maginot, formada aquí por los pechos de diez mil soldados, fue impotente para detener el ímpetu de un puñado de tropa de asalto, escogida y desesperada, que en la plaza de Cajamarca derribó las andas del Inca y se apoderó, como rehén, de él. El mariscal Pétain, señor de un territorio sin costas y sin albedrío pleno, tiene su paralelo exacto en Atahualpa, encerrado en un calabozo. Al uno se le exige que paralice sus barcos en Tolón, y al otro, que desarme a sus generales. A aquel, que entregue aeródromos y materias primas: a éste, palacios, rutas y oro.

Repetimos, ¿se podría decir por eso que la Francia de hoy, al ser reducida, en puridad de verdades, por una escogida tropa de asalto, armada de tanques y aviones superiores a los de sus adversarios, es inferior como humanidad, como cultura, frente a los nazis? Claro que no. Pero entonces, ¿por qué decir que la inferioridad del indio prehistórico, frente al europeo, se demuestra con el hecho de que una minoría blanca y barbuda logró domeñar a una vasta nación cobriza? ¿Destino de razas? No; apenas de técnica. Y, en abono de los indios, hay que convenir en que la distancia que media entre la flecha y la bala, entre la porra y la espada, entre el hombre solo y el hombre ayudado de caballo y lebrel es bastante más grande que la que hay entre avión y avión, entre tanque y tanque, entre técnica y táctica modernas.

Lo demás fue todo igual. Corrupción interior, exceso de lujo, pasiones partidistas predominando sobre las necesidades nacionales y una "quinta columna" eficaz, formada por los "lenguaraces" que, como el ladino Felipillo, estaban dispuestos a vender su propia estirpe.

Luis Alberto Sánchez, agosto de 1940, artículo publicado en revista Hoy, Santiago. En Historia General de América, 1944, Ediciones Ercilla, 1944, Santiago. Reimpreso por Ediciones Rodas, Madrid, 1972, páginas 292-293, tomo I.

Friday, October 03, 2008

Writing Culture

Antes me hallaba yo en una posición de vanguardia. Hoy estoy casi en la retaguardia. Lo cual, por cierto, me deja indiferente. En todo momento de mi vida he sido sincero y nunca he escrito una obra con la intención de pasar por futurista o revolucionario. Pero no estoy seguro, desde luego, de que los llamados "futuristas musicales" sean igualmente sinceros cuando escriben sus obras atonales y antimelódicas, o si, por el contrario, procuran simplemente desorientar al público y conquistar fama a la manera de Eróstrato. Hay muchos locos en la música que sólo lo son en su imaginación, y yo aprecio exclusivamente a los locos auténticos.

Richard Strauss (1923), en Enciclopedia Salvat de los Grandes Compositores, 1984, vol. 3, fascículo 59, p. 304. Salvat S.A. Pamplona.