Cualquier transeúnte puede observar que las emociones y los sentimientos inciden en las acciones que emprendemos los mamíferos, pero también en algo específicamente humano: los juicios morales. La indignación o el agradecimiento están ahí para demostrarlo. Por otro lado, gran parte de las discusiones sobre el valor de la ética evocan o apuntan a dilucidar si la ética consiste en el desarrollo de virtudes, en el apego a principios o en generar beneficios compartidos. A veces, en esas discusiones pareciera que las pasiones son algo que estaría sobrando o entorpeciendo nuestra condición de seres racionales y ajenos a la animalidad.
El mismo Adam Smith que conocemos como el padre de la economía desarrolló una vasta teoría moral donde las emociones y los sentimientos poseen protagonismo. Su texto “La Teoría de los Sentimientos Morales”, con seis ediciones desde 1759, sistematiza las relaciones entre pasiones, acciones y evaluación lógica que Smith observó empíricamente; pero guardando el anhelo deontológico de verlas orientadas hacia el desarrollo de espíritus virtuosos. Smith llegó a ser el arquitecto de una síntesis entre la observación de su entorno social inmediato, las tendencias generales de su época (moderna) y su amplio conocimiento de la filosofía que incluyó tanto a la ética aristotélica como el aporte de los pensadores británicos que le antecedieron.
En el presente se dispone de una comprensión amplia y profunda sobre el enfoque de Smith; incluso en el medio nacional se destacan académicos como Leonidas, Montes, Alejandra Carrasco o Nicole Darat; por citar algunos. No hay una barrera lingüística insalvable y aunque fue un autor de pensamiento riguroso, también lo fue de letra legible e incluso amena. Durante las últimas tres décadas Smith ha inspirado y sigue inspirando una cantidad creciente de ensayos, artículos e investigaciones. Se han discutido los principales conceptos que planteó, las implicancias de su enfoque y qué lugar ocupa su ética dentro de la Historia del pensamiento. También se ha discutido en torno a sus semejanzas y diferencias con otros enfoques, tales como el utilitarismo o la deontología.
Quien se adentre por vez primera en una teoría “de los sentimientos morales” esperará lógicamente que se le explique en qué consiste un sentimiento moral. Curiosamente, y dentro de lo que se ha escrito sobre Smith, resulta difícil encontrar una definición explícita o explicación precisa sobre lo que debe entenderse como un sentimiento moral, considerando tambien que el escocés estuvo lejos de fijar una definición cartesiana del concepto. Incluso, Smith no pareciera haberse interesado en plantear una distinción quirúrgica entre sensaciones, sentimientos y emociones. Utilizó los términos “pasión” y “sentimiento” de modo indistinto.
Por consiguiente, indagar sobre lo que es un sentimiento moral representa una forma distinta de asir la ética de Smith a como lo han hecho sus lectores. Precisar el concepto aportará al neófito en la comprensión de “La Teoría de los Sentimientos Morales” y permitirá al avezado considerar un nuevo ángulo para la reflexión.
Pesquisar los significados y usos formales en la propia lengua ha demostrado pertinencia en discusiones conceptuales. Según el Diccionario de la R.A.E. (www.rae.es) puede entenderse un sentimiento mediante dos acepciones. La primera es el “hecho o efecto de sentir o sentirse” y la segunda es el “estado afectivo del ánimo”. Estas definiciones son bien escuetas, muy generales e indican que la lengua castellana puede dar un uso amplio al término. Por el contrario, el término “sensación” posee cinco acepciones, de las cuales hay dos pertinentes al tema aquí tratado. Una dice “impresión que percibe un ser vivo cuando uno de sus órganos receptores es estimulado” y la otra “percepción psíquica de un hecho”. Se colige que la sensación indica la percepción mediante los sentidos, que indefectiblemente afectan a la consciencia; en cambio, el sentimiento indica la afección de la consciencia individual en términos de sí misma, pudiendo ser causado por un recuerdo, una experiencia o la recepción de una noticia, entre otros eventos. Visto así, cabe la posibilidad que una o varias sensaciones puedan generar uno o más sentimientos. Por ejemplo, observar el sufrimiento de una persona cercana y escucharla hablar al respecto genera los sentimientos de tristeza y solidaridad. Por el contrario, la sensación de agrado por el éxito de una persona cercana o admirada genera un sentimiento de felicidad:
“El regocijo que nos embarga cuando se salvan nuestros héroes favoritos en las tragedias o las novelas es tan sincero como nuestra condolencia ante su desgracia y compartimos sus desventuras y su felicidad de forma igualmente genuina. Sentimos con ellos gratitud hacia los amigos fieles que no los desertaron en sus tribulaciones, y de todo corazón los acompañamos en su enojo contra los pérfidos traidores que los agraviaron, abandonaron o engañaron. En toda pasión que el alma humana es susceptible de abrigar, las emociones del espectador siempre se corresponden con lo que, al colocarse en su mismo lugar, imagina que son los sentimientos que experimenta el protagonista”
Es factible, entonces, enfocar la sensación como una pasión generada con la inmediatez de los sentidos y el sentimiento como una pasión que va más allá de lo efímero o momentáneo.
Las sensaciones y los sentimientos pueden generar afinidad o rechazo; complementariamente, la cercanía puede generar pasiones. Una incivilidad al interior del transporte público, por ejemplo, generará afinidad hacia quienes la rechacen y distanciamiento hacia quien la protagoniza. La cercanía no es una sensación, pero las sensaciones pueden generar acercamiento o afinidad. En esto consiste la simpatía que, para Smith corresponde a “(…) nuestra compañía con el sentimiento ante cualquier pasión”
La simpatía encierra las ideas de “afinidad y agrado”. Simpatizar con la tristeza de una persona no significa que la tristeza sea agradable; es un hecho que compadecer la tristeza se acompaña de la sensación de incomodidad. No obstante, genera agrado simpatizar con la situación alguien en la medida que esa persona merezca la simpatía. De este modo, simpatizar incluye, al menos, una mínima evaluación lógica respecto aquello que despierta dicho sentimiento. La evaluación lógica de las causas y los efectos de una conducta conlleva varios raseros: la utilidad, la moda, la cortesía, el bien, etc. que no necesariamente son contradictorios entre sí; incluso pueden complementarse. No obstante, para que la evaluación tenga valor moral debe constituir una observación enfocada desde algún parámetro ético o por lo menos, desde un conjunto de parámetros complementarios entre los cuales la moralidad sea el factor integrador.Aquellas pasiones generadas por la evaluación de una conducta son sentimientos morales si dicha evaluación fue realizada bajo una perspectiva inspirada o referenciada por, al menos, un parámetro moral.
De este modo, la indignación, la compasión, la deshonra, la gratitud, la misericordia y el deseo de justicia constituyen algunos ejemplos de sentimientos morales en la medida que son pasiones resultado de alguna observación donde la moralidad representa el elemento inexcusable para determinar lo correcto o lo incorrecto generándose el sentimiento consecuente. Por su parte, un parámetro o estándar moral es, en el sentido que le dio Velásquez
La simpatía y la antipatía son las expresiones prácticas de la empatía, que puede ser vista como el soporte anímico o emocional que enmarca la relación de un individuo con su entorno. Aquellos sentimientos, el de afinidad y el de rechazo, posibilitan la existencia de los sentimientos morales, pudiendo ellos mismos ser sentimientos morales en la medida que se constituyan cumpliendo la condición de tener al menos un estándar moral como estímulo. La simpatía, o su par opuesto, puede constituirse sobre otro sentimiento; vale decir, puede simpatizarse con la indignación o resentimiento de una persona, por ejemplo. De este modo, la simpatía, en cuanto sentimiento moral, ha de ser enfocada como un meta-sentimiento o, en otro lenguaje, como un sentimiento moral de segundo orden.
De este modo, se ofrece una definición de sentimiento moral acorde al enfoque de Smith, que fue dilucidada con el conocimiento de sus ideas y que apoya la lectura de su texto. No obstante, un lector atento observará distintos grados e intensidad de los sentimientos morales tal como aquí fueron definidos. La indignación natural que un transeúnte siente cuando presencia un robo con violencia puede ser tan efímera como espontánea. En cambio la tristeza que embarga pensar en un error que ya no podrá remediarse es más profunda, duradera y es evidente que ha sido resultado de una reflexión realizada con un mínimo de profundidad. Es posible visualizar entre ellos una distinción mediante un término complementario: la emoción.
La emocionalidad constituye una dimension compleja del espíritu humano y posee un rasgo definitorio dentro de lo sensorial: el cambio anímico. "Emocionarse" implica una alteración generada a partir de lo percibido, tanto a raíz de algo percibido de modo involuntario, como por alguna disyuntiva que implique una actitud expectante, "algún hecho emocionante".
La indignación frente al robo accidentalmente presenciado no deja tiempo para una profunda reflexión a la luz de algún precepto moral; es una reacción espontánea frente a algo contingente. El segundo ejemplo implica lo contrario: una reflexión consciente, desarrollada sobre la base de un estándar moral y que genera un sentimiento perdurable. Por consiguiente, es posible proponer la distinción entre una emoción moral, entendida como respuesta de moralidad espontánea, y un sentimiento moral, entendido explícitamente como el efecto anímico que prosigue al juicio analítico de una situación a la luz de un estándar moral.
La emoción moral que surge con la observación de la contingencia inclinará la balanza de nuestros juicios hacia uno u otro lado, pero es el razonable discernimiento con que orientamos nuestra observación de la realidad lo que hará madurar nuestros sentimientos morales. Así es como los humanos transitamos de lo sensorial a lo racional y viceversa. Esa razonable capacidad para equilibrar ambas dimensiones constituye nuestra inteligencia ética, algo tan necesario como poco pesquisado.
Trabajos citados.
- Smith A. (1997). La Teoría de los Sentimientos Morales (C. Rodríguez Braun, Trad.) Madrid: Alianza Editorial S.A.
- Velásquez, M. G. (2012). Ética en los Negocios. Conceptos y Casos. (Séptima ed.). Méjico: Pearsons Education.
- Diccionario de la Lengua Española (s.f.). Recuperado el 14 de septiembre de 2025, de Real Academia Española: https://www.rae.es.