Friday, September 26, 2008

La teoría arqueológica

Hace varios días atrás conversaba con una colega acerca de la orientación académica de la carrera y el contraste que ofrece con la realidad laboral del arqueólogo. Le decía que mayoría de los egresados reparte boletas en la arqueología de impacto ambiental y que si eso no era así, por lo menos andaba muy cerca de la realidad. Situación que, al menos en la Universidad de Chile, contrasta con los dos ramos anuales de teoría arqueológica, junto a tres seminarios bastante teóricos y a toda la formación teórica recibida junto a los estudiantes de las otras menciones. “Bueno, todo eso te lo hace ver la teoría”. Respuesta sorprendente que en forma implícita justificaba la formación teorizante recibida en los años de estudiante. Sorprendente por venir de alguien que considero infinitamente más realista que yo.

Más allá de lo que trasluce una anécdota me sorprende el carácter animista con que nos referimos a “la teoría”. En las discusiones del gremio se habla de “la teoría”. Que la teoría dice, que la teoría busca, que eso pasa en la teoría, etc. Sea cual sea la corriente, cada vez más gente habla de la teoría a veces como si fuera una suerte de constitución política y otras veces como si fuera una entelequia con capacidad para actuar por cuenta propia.

En arqueología las discusiones teóricas pocas veces se resuelven. La mayoría de las veces se agotan o se saturan. Algunos teóricos agotan y se agotan en el debate, después recuperan la energía y vuelven a la carga. Según mi parecer los cuestionamientos teóricos se justifican en la medida que permiten enfrentar situaciones y solucionar problemas, para eso podemos recurrir a un recurso exaltado por el Positivismo Lógico: la observación. La preferencia por la observación y lectura silenciosa de los temas teóricos facilita formular opiniones con precisión y de modo conciso. Incluso reviste un carácter ético: previene el arte erística, reduce la exposición al juicio fácil y detecta la vanidad intelectual.

Al mirar “desde fuera” el desarrollo de la teoría arqueológica resalta la cantidad de tiempo y recursos que se han destinado para desarrollar tópicos tales como “teoría”, “relación teoría-método”, “arqueología y política”, “arqueología y sociedad”, “arqueología y otras disciplinas”, etc. y en estas líneas pretendemos revisar algunas nociones básicas sobre la esfera teórica en arqueología. Sobre la base de Salazar et al. (2006) entiendo esta disciplina como el intento sistemático por comprender los procesos históricos mediante la descripción e interpretación de la cultura material. No debiera ser necesario señalar que este intento debe tener las características de una actividad científica.

En primer lugar podemos proponer que la arqueología funciona con el acoplamiento de dos coordenadas, que también pueden ser concebidas como dos coordenadas en las que se ubica no sólo el trabajo arqueológico, sino el de cualquier ciencia social. Nos referimos a las dimensiones heurística y metodológica. La dimensión heurística, es la instancia en la que se generan las construcciones teóricas o bien modelos formales que ordenan la información empírica. En cambio la dimensión metodológica es aquella donde se discierne que tipo de dato es significativo o no para la reconstrucción del pasado y cómo se debe obtener. Dicho discernimiento se hace a la luz de los criterios definidos por el o los modelos implementados a la hora de investigar. En otras palabras: la dimensión metodológica es el dominio donde se integran modelo y dato empírico. Por modelo estamos entendiendo una representación coherente y simplificada de un aspecto de la realidad, destinada a la sistematización de los datos empíricos. Cada arqueólogo, en la situación que sea, siempre podrá ser ubicado en dicho sistema y la coordenada heurística no sólo se expresa en una biblioteca, también al trazar la cuadrícula o al llenar el cuaderno de campo. Del mismo modo la coordenada metodológica estará presente en cualquiera de los momentos de la disciplina. Si no fuera así, generaríamos información filosófica y no arqueológica.

Daremos un segundo paso. En el mundo científico social existe una serie de perspectivas como el Marxismo, el Interaccionismo, el Estructuralismo y el Sistemismo. Independiente de sus orientaciones todas poseen al menos una característica común: ser conjuntos discursivos que inspiran o generan modelos para la investigación social. Existe una segunda característica: cada una de las investigaciones y modelos afiliados a una de estas perspectivas consideran más o menos los mismos elementos o rasgos de la sociedad a la hora de comprenderla. Al conjunto de discursos que posee estos dos rasgos en forma simultánea podemos llamar corrientes de pensamiento social. Modelo y corriente son cosas distintas. La noción de modelo lleva implícitas las ideas de “formalización”, “especificidad” y “depuración analítica”. Frente a esto, las “corrientes”, cada una en su integridad, nunca poseen estos tres rasgos en forma simultánea y total. Por ejemplo si se agrupan todos los textos clasificables como “marxistas” y se comparan entre sí, podría llegar a decirse que esta perspectiva posee incoherencias internas o conceptos polisémicos. La congruencia absoluta es la principal característica de los sistemas de pensamiento, sencilla razón por la cual una corriente no es lo mismo que un sistema ni tampoco un modelo.

Desde un punto de vista posicionado en las ciencias sociales las corrientes son valiosas en la medida que fundamenten y estimulen el diseño creativo de nuevos modelos para la investigación. Los modelos que poseen un grado de parentesco entre sí suelen integrarse a un programa de investigación que corresponde a un conjunto articulado de investigaciones específicas sobre un objeto o bien dominio considerado pertinente para las necesidades o intereses de quienes sostienen o bien propugnan dicho programa. El dinamismo generado en estos programas permite la interdependencia entre modelos, lo cual implica la integración de estos y por ende la generación de “modelos de modelos” que podemos denominar paradigmas. Un paradigma en una ciencia social puede también ser visto como un equilibrio dinámico entre una corriente de pensamiento y un dominio de investigación, aunque no necesariamente debe existir una correspondencia unívoca entre “una” corriente y “un” paradigma. De hecho una corriente puede inspirar a dos o más paradigmas. La arqueología analítica de Clarke y la arqueología conductual de Schiffer constituyen paradigmas distintos afiliados a una misma corriente, la sistémica.

Hasta este punto hemos esbozado una estructura discursiva que en un primer nivel define dos coordenadas, heurística y metodológica, y en un segundo nivel un conjunto entidades que podemos ubicar en esas coordenadas: corrientes, modelos, programas de investigación y paradigmas. Todos conceptos que podríamos seguir depurando, discutiendo y subclasificando hasta el infinito. Junto a esto debe señalarse que tal como está caracterizada dicha estructura discursiva pareciera, a simple vista, no haber lugar para el concepto “teoría”. Incluso podríamos tener la inmodestia de anunciar su abandono. En un ensayo donde se ofrece una perspectiva teórica sobre la arqueología resultaría paradójico ofrecer razones adjetivadas como teóricas para demostrar que el sustantivo teoría ya no procede. Los conceptos de uso corriente en las ciencias sociales no dependen de un decreto ensayístico sino de las convenciones y de la utilidad para designar uno o varios aspectos de la realidad. Por eso es que, entre otras cosas, un concepto constituye la forma más acotada de modelo. Los modelos que no son útiles desaparecen y el vocablo teoría continúa siendo útil en la disciplina, por ende revisar sus características y connotaciones resulta imprescindible en lugar de desarrollar una especificación milimétrica de conceptos que incluso podrían ser vistos como auxiliares.

La etimología ayuda cuando no amarra y siguiendo a Ferrater Mora (1994) podemos citar un inevitable antecedente griego: el verbo teoréo o teo-rein, concepto que englobaba las ideas de “observar” y “mirar”. Debe precisarse que en el mundo griego dicho verbo se refería originalmente a la actitud del espectador durante los juegos y festivales públicos. Aquí tenemos dos implicancias. En primer lugar este verbo conlleva una actitud de no intervención en el fenómeno observado y en segundo, un grado de subjetividad y estética. La dicotomía entre la reflexión fría y la sensibilidad como algo irracional pareciera ser más bien tardía dentro de la Antigüedad y sin lugar a dudas, pasó posteriormente al cristianismo medieval. Ferrater Mora (1994) también señala que el verbo teo-rein podía entenderse como “considerar” o “contemplar” y en ese sentido podría asimilarse a la expresión latina “contemplari”. Ahora bien, en lenguas romances la expresión “contemplar el paisaje” es una cosa y una expresión del tipo “esta ley contempla” es otra cosa, razón por lo que podemos deducir que el concepto latino “contemplari” o “contemplatio” encerraría dos connotaciones y permitiría dos usos bien diferentes.

Coherentemente con lo anterior, en las lenguas romances la “teoría” se asoció a lo racional y sistemático mientras que la “contemplación” se vinculó a lo estético y emotivo. Es evidente que en el mundo de las ciencias sociales la teoría se asemeja más a “esta ley contempla” que a “contemplar el paisaje” y en la arqueología latinoamericana junto a la connotación racional de la palabra “teoría” son comunes las expresiones del tipo “posicionamiento y discusión teórica”, “crítica teórica”, “problematizar teóricamente”, etc., expresiones que parecieran estar lejos de una actitud contemplativa o bien pasiva. Por otro lado, el uso del concepto teoría entre los arqueólogos posee dos nociones implícitas. Una es la de ideas sistematizadas y la otra es que estas ideas sistematizadas poseen un grado de abstracción con respecto a la realidad. En esa “abstracción” quedaría parte de la idea griega de teo-rein como “no intervención”, pero desde el punto de vista del manejo corriente de nuestra lengua las cosas que se dan “en teoría” suelen estar alejadas de la realidad y no necesariamente mirando hacia ella, más bien al contrario. Esto representa un condicionamiento que no debe ser ignorado, aunque nos refiramos al uso del término en ambientes académicos o bien profesionales.

Según la definición que aparece en http://rae.es/rae.html, web de la Real Academia de la Lengua Española, la palabra teoría posee tres significados. El primero dice “conocimiento especulativo considerado con independencia de toda aplicación”, el segundo “serie de las leyes que sirven para relacionar determinado orden de fenómenos” y el tercero “hipótesis cuyas consecuencias se aplican a toda una ciencia o a parte muy importante de ella”. Las tres definiciones mantienen un grado de parentesco entre sí debido precisamente a la presencia implícita de las dos nociones mencionadas en el párrafo anterior. La primera definición se asemeja a lo que entiendo como sistema de pensamiento y puede correctamente usarse en alusión a la filosofía o a la teología. Las definiciones segunda y tercera se asimilan respectivamente a dos términos considerados en la estructura discursiva ya propuesta: modelo y paradigma. Esta situación implica que una persona puede hacer un uso coherente del castellano usando la palabra teoría para designar lo que en estas páginas se ha denominado sistema, modelo y paradigma. Incluso en el lenguaje académico la palabra teoría es también usada para referirse a lo que aquí se entiende como corriente de pensamiento. Nadie puede desconocer que “teoría” se usa indistintamente en los sentidos de corriente, paradigma, modelo y sistema de pensamiento, pero tal polisemia no nos permite establecer distinciones finas en la conceptualización de una disciplina, por lo que las distinciones realizadas entre dichos términos no sólo son válidas sino también necesarias. Sin embargo, todos estos términos sirven para denotar construcciones teóricas hipotéticas, vale decir, ideas articuladas de manera coherente que intentan explicar o bien interpretar algún dominio. Así se entiende cuando afirmamos “según la teoría de Patterson el estado surge de la siguiente manera” o “la evolución no es una teoría sino una realidad”, o también “sobre el poblamiento americano nada concreto, sólo teorías”. Resulta innegable que en estos tres ejemplos se haga un uso correcto del castellano y que cualquier arqueólogo entienda lo que se dice. Pero sobre la base de lo expuesto en los párrafos anteriores resulta más preciso hablar de hipótesis, modelo o paradigma para referirnos a este sentido del término teoría.

Otros sentidos del término pueden encontrarse cuando hablamos de la teoría con apellido, que en nuestro caso concreto corresponde a la teoría arqueológica. Una forma de entenderla es corriente y aceptada: teoría arqueológica constituye un conjunto elemental –un vocabulario- de conceptos propios de la arqueología y que permite desarrollar nuestra disciplina. Es un glosario básico y coherente que va modificándose y enriqueciéndose de propuesta en propuesta. Ya sea en la propuesta de Bate o la de Hodder, este glosario emana tanto de la confluencia entre las dimensiones heurística y metodológica, como también de la capacidad reflexiva mostrada en la heurística. Resulta absolutamente factible hacerse entender en el gremio hablando de la teoría arqueológica según este concepto. Sin embargo, al considerar las características que el debate teórico ha mostrado en nuestra disciplina durante estos últimos años y los antecedentes previamente expuestos, creo oportuno sugerir una segunda acepción para el término y que engloba a la anterior: la interdependencia dinámica entre los distintos dominios denotados por los términos que aquí se han revisado. O sea, teoría arqueológica corresponde a la relación sinérgica entre modelos, corrientes, paradigmas y programas de investigación al interior de la dimensión heurística de la arqueología. Lógicamente los efectos de esta relación sinérgica se harán sentir en la dimensión metodológica y entonces quedamos capacitados para comprender por qué decimos que la "teoría entrega", que la “teoría dice”, que “la teoría ignora”, que eso “pasa con la teoría”, etc. Independiente de cualquier rigidez conceptual, es posible también concebir a la teoría arqueológica como una realidad dinámica y quienes la practican desde Bate a Politis no la definen a modo de conclusión sino que la generan a la par que desarrollan el debate y ordenan el pensamiento disciplinario.

Se partió señalando la importancia de la observación como actividad que posibilita la reflexión teórica. Se mencionaron sus ventajas éticas, pero también es justo rescatar la dimensión estética del antiguo vocablo griego. Sin embargo la etimología no nos debe encarcelar. Cualquier observación es activa de momento en que implica atención y un acto de voluntad. La reflexión conlleva ideas articuladas pero la articulación lógica es también una forma de armonía. Incluso la relación es recíproca: toda armonía conlleva forzosamente una lógica y entonces teoría sin apellido corresponde a aquella actividad donde la observación atenta se sigue de una reflexión armónica inspirada por lo observado. Es una práctica intelectual que integra la contemplación y la comprensión de fenómenos, pudiendo ser filosófica o científica. La teoría arqueológica corresponde a la integración dinámica entre las estructuras conceptuales que conforman la arqueología, situación que forzosamente implican la observación y reflexión sobre dichas estructuras, ya sea en sí mismas o en relación con el entorno.

De este modo la teoría, con o sin apellido, siempre será una práctica. El debate quizás sea una de las formas más expresivas de su desarrollo y el silencio en los discusiones no significa desconocimiento de la teoría. Por eso se equivocan quienes consideran la discusión y la crítica como las únicas vías para profundizar la teoría arqueológica. También quienes observan a un arqueólogo haciendo descripciones rigurosas e inmediatamente asumen que no tiene idea de teoría. Del mismo modo en que escuchar es imprescindible dentro de una conversación, el silencio contemplativo es igualmente necesario en la teoría arqueológica. Observar el debate de manera reflexiva y silenciosa no es sólo una forma de vivir la teoría arqueológica, es exactamente la práctica que en última instancia posibilita su existencia.


Referencias

Ferrater Mora, José, 1994, Diccionario de Filosofía. Primera edición aumentada y actualizada, Ariel, Barcelona.

Real Academia Española.Diccionario de la lengua española. Vigésima segunda edición. Disponible en http://www.rae.es/rae.html, página visitada el 15 de agosto de 2008.

Salazar, D., D. Melero, C. Jimenez, 2006, Los últimos 200 años en Conchi Viejo y San José del Abra (II región): reflexiones desde la arqueología histórica y la etnografía. Actas del XVI Congreso Nacional de Arqueología Chilena 227-237.

1 comment:

Anonymous said...

Te agradezco la elaboración de esta reflexión, que desde el final de mi ejercicio como arqueóloga, tras décadas de de practicar las enseñanzas de Luis Lumbreras y felipe Bate,habiendo trabajado con Montané y Dillehay los más impactantes sitios en Chile, ahora ejerzo la primera parte de mi título . Soy Lic. en Antropología, y he cambiado la espatula por el computador.
Aplico "la teoría" arqueológica al estudio y registro de las relaciones sociales on line.
me confortó tu texto, porque me deja claro el que los métodos científicos de los cientistas sociales pueden y deben ser adaptados al universo estudiado, más allá del tiempo y el espacio.

Un saludo cariñoso.

Adriana Goñi Godoy
Lic. Antropología mención Arqueologia U Ch 1993
CEMDH
Red Memorias U Ch
goni.memoria@gmail.com
http://hijosdelamemoria.blogspot.com