Thursday, October 23, 2025

A golpe de ensayos.

No importando nuestro estatus, nuestra educación o nuestros ingresos, todos los seres humanos buscamos certezas y desarrollamos pautas para enfrentar la vida. Esta doble inquietud explica muchas cosas y es la razón más sencillamente profunda para explicar por qué existe la filosofía y por qué se ha de filosofar mientras exista humanidad en cualquiera de las latitudes del mundo.

Hay quien todavía cree que el desarrollo de la filosofía en Hispanoamérica es embrionario y como prueba de ello es que los hispanoparlantes careceríamos de filósofos a la altura de Platón o de Heidegger. También se ha pensado que nuestra lengua carece de la “plasticidad” de idiomas como el griego o el alemán para generar distinciones semánticas finas o cadenas lógicas sofisticadas. Si eso fuera efectivo, ninguna traducción de obras filosóficas al castellano sería posible. Pero los hispanos contamos con magníficas traducciones y nuestros lectores son capaces de captar las sutilezas expresadas por grandes pensadores de lengua foránea. Incluso puede plantearse que autores como Aristóteles, Kant o Marx cuentan con algunos de sus más grandes estudiosos en América Latina. Por otro lado, es posible mencionar a grandes pedagogos de la filosofía como Humberto Giannini o Jorge Millas. A decir verdad, los hispanos contamos con importantes conocedores de la disciplina, que en nada desmerecen respecto los conocedores nacidos y educados en otra latitudes.
Como respuesta retórica podría señalarse que nuestros pensadores no han sido creativos o propositivos. Autores como Humberto Maturana o Mario Bunge permiten señalar lo contrario. A decir verdad, los grandes areópagos no se ubican en lugares como Chile o Nicaragua y en aquellos existe una cultura de lo académicamente aceptable donde los nuestros escasamente son citados como fuente intelectual digna de mención. Basta con pensar las dificultades que S. Ramón y Cajal hubo de sortear para que su modelo neuronal fuese aceptado y la parábola del astrónomo turco de “El Principito” puede ser evocada como un irónico referente.

Pero también hay otra faceta digna de mención. Nuestros conocedores de la filosofía y los seguidores de los grandes filósofos ¿han facilitado sinceramente la emergencia de nuevas ideas o enfoques? En las universidades chilenas abundan los lectores de uno u otro autor. A modo de ejemplo, se escucha a determinados académicos diciendo “aquí se ofrece una nueva lectura de Kant o de Hegel”. Ante eso el lego se pregunta por qué estos señores no piensan por sí mismos y simplemente citan a Kant o a Hegel cuando deban incorporar alguna idea original de estos. También se dice que, en este momento del desarrollo intelectual, resulta muy difícil que alguien sea capaz de desarrollar un enfoque nuevo sobre temas antiguos. Puede ser que los “tutores” de la filosofía en Hispanoamérica teman que alguien cambie sus impecables convicciones escolásticas por ideas nuevas que no necesariamente reproduzcan lo ya planteado, en una situación similar a la paradoja del llamado “efecto cangrejo”.
Paralelamente, los hispanoparlantes han volcado su inventiva filosófica en la literatura. La prosa de Borges, Mistral o García Márquez lo ejemplifica de modo magnífico. No solo mediante la novela o la lírica, también mediante ensayos de primer nivel, en una época donde los grandes sistemas filosóficos parecieran ya ser cosa del pasado.

Aun a golpe de ensayo y buscando hilos conductores entre estos, todavía es posible entretejer un pensamiento medianamente sistemático, coherente y pertinente a las inquietudes filosóficas; tal como lo hizo Ortega y Gasset, a quien muchos parecieran espetarle que no haya producido un gran texto donde encontrar la clara exposición sistematizada del conjunto de su pensamiento.

Un golpe de ensayos se asemeja a un “tartamudeo” que, no obstante su condición, puede comunicar un pensamiento válido para enfrentar la contingencia y comprender un vertiginoso mundo bajo una mirada coherente; tal como las cartas de Pablo fueron destellos de lucidez para esclarecer y sistematizar una posterior metafísica cristiana. Feliz tartamudo será quien entienda el pensamiento de nuestros predecesores como un instrumento del que podemos extraer bellas melodías y no recitativos que debemos replicar. Destellos melódicos que serán sinfonía en su conjunto.